"Ética, sobre la moral y las obligaciones;
estética, de la belleza y el arte;
y otras cosas..."


domingo, 28 de diciembre de 2014

CAPACIDAD DE ASOMBRO





“El día que perdemos la capacidad de asombro comenzamos a envejecer”. Así de sencillo, breve y directo. Este sería el mensaje clave, la idea fuerza que me gustaría tener presente en todo momento para el próximo año nuevo, para los próximos tiempos. El objetivo sería recordarlo de forma clara e inequívoca para no caer en esa pérdida de capacidad buscando todo lo contrario, es decir, hay que asombrarse y emocionarse todo lo que sea posible y siempre que se pueda. Y sé que no va a ser nada fácil, lo sé. Pero hay que intentarlo.

Porque en el intento está la posibilidad de alcanzar el éxito o un logro. Hace mucho tiempo aprendí que es importante ponerse metas y objetivos por encima de nuestras posibilidades, pero no imposibles o inalcanzables; por encima, pero cercanas, para eso mismo, para acercarnos cuanto podamos a su consecución. Otra cosa nos llevaría a la más que segura desmotivación y abandono sin intentarlo apenas. En cambio, esforzarnos por alcanzar nuestro cercano y motivador objetivo, nos mantendrá despiertos, atentos, con la tensión necesaria, vivos en definitiva. 

Y es que con la edad, a medida que  se van cumpliendo años, cada vez más nos asombramos menos, lamentablemente. La situación general actual tampoco es que acompañe mucho, la verdad sea dicha. Por poner ejemplo, uno propio mejor, es que cada vez me equivoco menos con las personas, claro que eso es parte de mi trabajo. Tristemente he tenido que concluir y claudicar que no me ha sorprendido tal o cual persona, pero sí que me ha decepcionado. Por eso cuando alguien me sorprende gratamente no dejo de alegrarme, casi emocionarme, aunque me haya equivocado en la previsión. Lo mismo me pasa cuando pasa algo bueno e inesperado, de forma individual o colectiva, que me alegro aún más, porque eso es lo que nos hace falta, alegrarnos un poco y no decepcionarnos tanto.

La capacidad de asombro se tiene intacta en la infancia. Los niños se sorprenden constantemente en el descubrimiento de lo nuevo, por simple que sea, como ver por vez primera pasar un tren, o un avión, y abren los ojos de par en par, dibujan una “o” con sus labios, y se les ilumina la cara. Esa capacidad va unida a la fantasía y a la inocencia, pero poco a poco se va transformando, quizás advertidos ante los miedos de sus mayores,  de la dura realidad, del “ten mucho cuidado”, del “no te fíes de nadie”. Y mira que es bonita esa inocencia, la de la noche de  los Reyes Magos o las visitas del Ratoncito Pérez, o de la cigüeña que trae a tu casa un hermanito, una hermanita, o ambos dos. La que se emociona con un cuento o una marioneta hecha con un viejo calcetín y dos botones.

Pero esa capacidad, y otras, poco a poco van desapareciendo en muchas personas. A algunas les desaparece de golpe. No es el caso de dos personas de las que me acuerdo de mi época de estudiante cuando daba clases particulares de E.G.B. en el siglo pasado, un niño de no más de seis años (hoy un hombre y padre ya), y una mujer de más de sesenta, ya octogenaria (le falta poco para ser bisabuela), y que aprendieron a leer conmigo y que me enseñaron mucho. Antoñito no había forma de que leyera en su cartilla Micho la palabra “churro”: “ch-u…chu, rr-o…rro, chu-rro, y ahora todo junto Antoñito”. Y Antoñito, en él todo gracia y desparpajo, me dijo: “ca-len-ti-to”. Mi cara de sorpresa y alegría sería un poema, y él se ganó un fuerte apretón de manos, casi un abrazo. Valle, casi con vergüenza, me dijo que quería aprender leer, a pesar de su edad, me decía. No fue para mí tan fácil como con Antoñito, pero la satisfacción fue indescriptible cuando mi alumna leyó su primer texto completo, después un cuento y algún que otro libro. Sus caras y la mía eran la misma, la de asombrarnos, emocionarnos, alegrarnos e ilusionarnos, mutuamente. 
  
Alguna vez he recomendado algún libro. En esta ocasión  recomendaré una película, o que se vuelva a ver si se puede. Se trata de la oscarizada “La vida es bella”, de Roberto Benigni, y que cuenta la historia de Guido, Dora y Giosuè, una historia para asombrarse y entrenar la capacidad de, de asombrarnos, digo.


¡Feliz Navidad y Feliz Año 2015! 



martes, 23 de diciembre de 2014

CON EL DESEO DE QUE LE INTERESE





A lo largo de mi vida sólo me han dedicado un par libros o tres, con su correspondiente dedicatoria nominativa por parte de sus autores. No han sido muchos, la verdad, y eso que de libros tenemos unos cuantos de cientos, y de cuentos, cien y cientos.  El motivo puede ser que no soy muy mitómano que digamos, y porque lo cierto y verdad es que siempre me ha dado un poco de vergüenza, pudor, o lo que sea. Por poner un ejemplo, diré que jamás he pedido un autógrafo a ninguna persona famosa, aunque ganas no me han faltado alguna que otra vez, y lo de hacerme una foto, mucho menos. En fin, cosas mías.

Y para un libro que me dedican recientemente, previa adquisición, haciendo mi correspondiente cola, tras una presentación solemne solemnísima, la dedicatoria es: “Para Diego, con el deseo de que le interese este libro. Un abrazo” (Firma ilegible). Que desea me interese, dice el autor. Pues bueno, en eso no se va equivocar el hombre, porque si no me interesara como que no hubiera ido a la presentación y no hubiera comprado su novela. Pero “no” es una palabra  muy corta  y muy contundente. Porque con las referencias que tenía,  yo sabía positivamente,  y estaba más que seguro, que me iba a gustar, y claro está, adelanto desde ya que efectivamente sí me ha interesado, no sea que alguien interprete a priori de forma contraria.




Cuando leí por primera vez la dedicatoria, in situ y delante del novelista, me pareció austera, sencilla y muy modesta. Me sorprendió, un poco, pero no tanto. No sólo por conocer la biografía del autor, su humanista y vasta formación, su dilatada y polifacética trayectoria profesional, sus múltiples publicaciones, sino también porque dedicaba su libro a una persona desconocida, cosa de la que nos olvidamos cuando estamos delante de alguien reconocido o famoso, que como lo vemos frecuentemente en los medios de comunicación, se nos olvida la imposible reciprocidad del trato, su conocimiento y mucho menos el reconocimiento. El autor se llama Antonio Guerra, y su libro “La Mina”.

No piense que voy a hacer ninguna crítica de La Mina. Ya se ha escrito en nuestra revista sobre el autor y sobre su libro, primera parte de una trilogía  que se completará en los próximos años. Diré, eso sí, que es una novela muy especial,  de ficción pero histórica, cercana que trasciende lo local, de verdad como la vida misma, tierna y muy dura a la misma vez,  que va de menos a más, que desde la narración  impersonal o colectiva de un grupo de jóvenes, de forma intencionada  va confundiéndose con la primera persona y muy personal de uno de ellos, para terminar envolviéndote y pensando al final que, efectivamente, nos encontramos ante una novela verdaderamente singular, como  muy bien la define su editor y nuestro querido director Salvador de Quinta.  

Digo que no, pero no puedo. No puedo dejar de comentar algo más. En el libro hay dos personas que dicen algo parecido a lo de mi dedicatoria-deseo del autor. Son dos defensores y amantes de la libertad, maestros o profesores del protagonista, del joven que cuenta la historia, la de su pueblo, la historia que trasciende de lo local. Docentes ambos como lo ha sido, como lo es el propio autor, uno afirma, “…me han interesado mucho estos siete capítulos…”; el otro, casi al final pregunta modestamente tras una poética clase magistral “¿De verdad os ha interesado?”   

“Pues sí, me ha interesado, de verdad, y mucho. También muchas gracias, porque cada vez que la leo me gusta más mi personal y nominativa dedicatoria. Otro para Usted”. 


lunes, 8 de diciembre de 2014

FRASES, CITAS Y PENSAMIENTOS (IV)















Hace ya mucho tiempo, en una época de mi vida profesional, visitaba un despacho de vez en cuando, el de un buen funcionario que tenía muy cercana su merecida jubilación. Detrás de su mesa, entre el cristal y la madera de un mapa de la provincia de Sevilla, tenía escrita de su puño y letra dos citas. Nunca le pregunté si eran suyas, ni desde cuándo las tenía escritas, pero un día que se ausentó un momento se las tomé prestadas, y son éstas que se comparten ahora.


"Sólo somos dueños de nuestros silencios; la palabra dada ya no nos pertenece".

"El principal objetivo del conocimiento no consiste en abrir la puerta de la sabiduría infinita, sino en poner coto al error infinito".