"Ética, sobre la moral y las obligaciones;
estética, de la belleza y el arte;
y otras cosas..."


martes, 1 de septiembre de 2015

HISTORIAS EN BICICLETA (IV)



A mi amiga Isabel Sevillano,
un ejemplo de que ser buena profesional 
y ser buena persona
es perfectamente compatible.



¡Curioso duatlón!


Al final va a tener razón quien decía que las bicicletas son para el verano, porque ha pasado exactamente un año desde la tercera entrega de estos relatos bicicleteros. Cosas que pasan, digo yo. Y en esta nueva historia, resulta  además que no sólo conozco a sus protagonistas, sino que uno de ellos soy yo mismo, con lo que entenderán que no sea muy objetivo que digamos, por la parte que me afecta,  pues como me dijo una vez alguien muy docto “como sujeto soy subjetivo; si fuera objetivo sería un objeto”. Pero en fin, nuestro hilo argumental siguen siendo esos maravillosos vehículos de dos ruedas de tracción humana. Para dar la merecida relevancia ciclista viene al caso la cita anónima que dice que “No sería en absoluto extraño si la historia llegara a la conclusión de que el perfeccionamiento de la bicicleta es el incidente más grande del siglo diecinueve”. Un poco exagerada la verdad, pero ahí queda la entusiasta reflexión.

Decía que no iba a ser muy objetivo por una sencilla razón: cuando a alguien le roban una bicicleta, desde el desconcierto inicial de no encontrar su bici en lugar donde la dejó, ver en el suelo la cadena de seguridad cercenada con un cortafrío, y hacerse a la idea de que se la han robado, supone una sensación muy extraña y muy desagradable.  Se pasa en pocos segundos de una situación  que va desde el desconcierto inicial, al inmediato estado de enfado (también llamado cabreo) pasando por el disgusto hasta llegar a una sensación de abatimiento y decepción por impotencia. Además, todo ello y a la misma vez y en todo momento, acordándonos de los ascendientes y familiares difuntos del autor del delito, por muy buenas personas que sean o hayan sido. Porque te acabas de quedar sin tu bici. Esa que te ha costado tanto tiempo ahorrar para adquirirla, esa a la que le has puesto un manillar personalizado, unos guardabarros de quita y pon para cuando sales al campo o la montaña en invierno, esa de aluminio cromado que luce con los colores rojo, blanco y negro, con la que combina tu única equipación de montain bike, incluido el casco de seguridad, y no sigo, porque aún duele cuando me acuerdo.




Gary Fisher, fundador de la empresa Fisher Bicycles Riding, dice algo que se ajusta totalmente a la realidad del momento actual de la bicicleta, en España y en muchos más países,  que “Para que el ciclismo urbano triunfe hace falta una revolución en la infraestructura de nuestra sociedad. Ahora mismo un ciclista urbano debe actuar como un guerrero vial, y la bicicleta tiene que ser barata y fea para que no la roben. Eso no es una cultura favorable a las bicicletas”.

Pero bueno, la cosa es que a pesar de esta descripción de la realidad, lo cierto y verdad es que me volví a comprar  una nueva bicicleta de montaña, pero ahora de hierro, ni de aluminio ni de aleación ultraligera alguna, de marca desconocida en un conocido centro comercial de deportes de capital francés, cuyo valor no alcanza ni una quinta parte de mi añorada Specialized encargada a mis amigos de Action Bike, en Utrera. Y no sólo eso, sino que seguí yendo a trabajar a la capital subiendo mi otra bici en el tren, y no cualquier bici, sino una joya GAC de paseo de los años sesenta que fue de mi abuelo y que yo mismo restauré. Eso sí, no la perdía de vista en ningún momento (a la bici digo), y la aparcaba en un patio interior al que daba mi oficina, donde la única puerta de acceso y de salida estaba controlada por una eficientísima vigilante de seguridad cuya mesa de trabajo se encontraba en un servicio de atención al público, con control de cámaras de vídeo incluido. Vamos, que la única forma de robarme mi bicicleta de mi abuelo hubiera sido utilizando un helicóptero o una gigantesca grúa articulada, y creo que aún así mi amiga no lo hubiera permitido y hubiera puesto los medios adecuados para impedir la fechoría. Y ahora sí que no exagero lo más mínimo.




Todo esto pasaba en un barrio de la capital, de los que eufemísticamente se llaman de especial vulnerabilidad social, de actuación preferente o barrio en transición, pero podría haber pasado en cualquier parte, como así voy a demostrar. Si no, vean lo que pasó unos años más tarde  en una céntrica cafetería, en la misma Puerta de la Carne , casi esquina en la calle Santa María la Blanca y junto al turístico Barrio de Santa Cruz de Sevilla capital. Si quieren conocer su desenlace final van a tener que seguir leyendo un poco más para descubrirlo.

Plena hora punta de desayuno funcionarial, es decir, entre las 9:30 y 10:30 h. En la cafetería (y vinoteca de cocina enfocada a público sibarita) nos encontrábamos un grupo de cuatro de personas (que no un cuarteto), algunos del cuerpo superior de funcionarios de nivel provincial, corbatas por doquier, cuando entran dos parejas jóvenes, dos chicas y dos chicos, que todo hay que decirlo. Se sientan al fondo. De pronto salen corriendo como una exhalación los dos chicos, alarma del momento, algo pasa ¿pero qué? Acaban de robar la bicicleta a uno de ellos, amarrada a un naranjo de la calle con una cadena, y se han dado cuenta  al momento, que se la estaba robando un kinki que ha escapado subido en la propia bicicleta. En el local hostelero hay caras de preocupación, sobre todo en las chicas de los atletas corredores,  de asombro y perplejidad en mis acompañantes del desayuno de esa mañana. Pero yo les tranquilizo a todos tras un rápido análisis de la situación: “No preocuparse, que vuelven los dos en un momento y con la bici recuperada”.Y efectivamente, tal y como predije, así paso y así lo estoy contando: en menos de cinco minutos entran de nuevo en la cafetería los dos chicos, ahora con la bicicleta también, con caras de satisfacción y con un cortafrío de regalo, el que se había dejado olvidado en el suelo el chorizo con las prisas.

¿Pero cómo sabías que iba pasar lo que ha pasado? Hombre, haber trabajado durante casi seis años en un Barrio como Polígono Sur de Sevilla te da una especial visión de un conflicto, cierta experiencia de análisis sobre situaciones complejas, habilidades varias, sobre todo deductivas, las de todo mentalista que se precie, y es que, por este orden, estas son mis apreciaciones:

Nuestros chicos corredores son dos atletas dos (habituales) contra un solo ciclista uno (ocasional, seguramente); se les veía en plena forma física, capaces de correr los 100 metros lisos en menos de 14 segundos; ambos, casi fueron testigos del corte en la cadena, cuyo cortafrío fue olvidado por necesidad al ser pillado su dueño in fraganti cometiendo el delito; pero sobre todo, porque el ladrón cometió un error muy grave. Y es que en lugar de salir hacia la avenida en dirección al Prado de San Sebastián, donde pudo coger velocidad y escapar, se metió en sentido contrario al tráfico y dirección al centro por el Barrio de Santa Cruz, y claro, los veloces corredores alcanzaron al  torpe ciclista. Y así se consumó la práctica de la modalidad deportiva que combina atletismo y ciclismo, es decir, ahí tenéis la bici, y pies ¿para qué os quiero? A correr que se dijo, con lo que entre unos y el otro, realizaron entre todos un curioso duatlón combinado y con el mejor final que se recuerda en Sevilla. Eso sí, el amigo de lo ajeno y ocasional ciclista que escapó corriendo no comparte para nada la cita de  John F. Kennedy que dice que “Nada es comparable al sencillo placer de montar en bicicleta”.

En fin, cosas que pasan. Termino con una cita que viene al caso de Ernest Hemingway,  la que dice que “Yendo en bicicleta es como mejor se conocen los contornos de un país, pues uno suda ascendiendo a los montes y se desliza en las bajadas”. Como la vida misma…